¿Qué nos hace sentir culpables por todo?

Publicado el 23-12-2016

El sentimiento de culpabilidad es algo que todos hemos sentido alguna vez y que nos da rabia no poder controlar porque nos hace daño a nosotros mismos y también a los demás.

En este post invitado, Drissa Elma Delkáder te contará cómo acabar con esa culpa interna que tanto nos atormenta y nos da las claves para eliminar cualquier pensamiento negativo de nuestra cabeza.

 

Hay personas que tienden a sentirse culpables casi por cualquier cosa que hacen. Quizás si estás leyendo esto te sientas identificado/a. Debemos saber que esta emoción no surge de la nada, más bien podemos encontrar algunas explicaciones que nos ayuden a entenderla y a modificarla, dado que genera mucho malestar emocional en quien la siente de forma constante.

“Debes portarte bien”, “no debes hacer cosas a los demás que no te gustaría que te hicieran a ti”, “debes darte cuenta de las consecuencias de tu comportamiento”, “si no tienes buen comportamiento recibirás un castigo”… ¿Quién no ha escuchado este tipo de afirmaciones o similares repetidas veces a lo largo de su infancia o incluso siendo más mayor?

Son mandatos sociales, “deberías”, que conllevan consecuencias negativas o castigos en caso de no cumplirse. Los vamos integrando en nuestra forma de pensar, haciéndolos nuestros, y conforman nuestro sistema de valores, para después guiar nuestro comportamiento.

 

 

Pero, ¿qué sucede cuando estos esquemas de pensamiento se vuelven rígidos y excesivamente exigentes, cuando no nos permitimos el más mínimo error, o cuando nos castigamos por no cumplir completamente con todo lo que nos dicen estos mensajes?

Lo más probable es que nos sintamos culpables por todo, tanto por lo que hacemos como por lo que no hacemos. “Debería haberme dado cuenta…”, “no debería haber hecho esto o aquello…”¿Cuándo es excesiva la culpa? Probablemente cuando aparece en casi cualquier situación o incluso nos hacemos responsables de errores de los demás.

En estos casos lo que ocurre es que interpretamos nuestro comportamiento con criterios excesivamente rígidos, inflexibles, sin tener en cuenta que podemos cometer errores, que no siempre vamos a actuar conforme a nuestro sistema de valores, o que incluso nuestro sistema de valores puede modificarse.

Más concretamente, el sentimiento de culpa podemos entenderlo como una emoción que aparece cuando pensamos que hemos hecho algo inapropiado, y además ese mal comportamiento lo tomamos como muestra de que somos una mala persona.

Es decir, interpretamos nuestras acciones desde unos criterios de buen y mal comportamiento que conllevan esos “deberías” de los que hablamos, y damos un paso más al hacer una generalización a toda nuestra persona.

 

 

De forma secundaria, la culpa puede dar lugar a otras emociones como la depresión, la vergüenza o la ansiedad. ¿Cómo se generan estas emociones secundarias? Por ejemplo, cuando nos decimos, como consecuencia de nuestro comportamiento, mensajes del tipo “soy un inútil”, o pensamos que los demás nos van a despreciar al tener noticia de lo que hemos hecho, estamos favoreciendo sentimientos de tristeza y depresión.

Por otro lado, si creemos que nuestro comportamiento va a dar lugar a represalias por parte de otros nos acercaremos más hacia la ansiedad. Todas estas emociones en conjunto tienen una gran repercusión a nivel psicológico para la persona.

Para entender el carácter distorsionado y excesivo de esta forma de interpretar nuestra conducta, podemos analizarla teniendo en cuenta algunos errores de pensamiento estudiados desde la terapia cognitiva, que suelen llevar asociados a su vez emociones negativas.

 

1. Magnificar los propios errores

 

 

Podemos comenzar hablando de la tendencia a magnificar los propios errores, de forma que cuando consideramos que nuestro comportamiento ha sido terrible y nos condenamos por ello, estaremos potenciando este sentimiento de culpa, así como otras emociones negativas que suelen ir asociadas.

Nuestro objetivo para lograr una forma de pensamiento más sana no es tratar de cambiar la consideración acerca de lo apropiado o inapropiado del comportamiento.

Más bien queremos tomar conciencia de lo exagerado del juicio hacia uno mismo o de la importancia que estamos concediendo a una conducta concreta en la valoración global de la persona.

 

2. Etiquetarse de mala persona

Otro de los sesgos que se asocian a la culpa consiste en etiquetarse a uno mismo como “mala persona” a partir de un comportamiento que, si bien puede que sea poco acertado, resulta nuevamente excesiva la interpretación hacia el conjunto global de la persona.

 

 

Esta forma de interpretar la realidad, más que enfocarse a solucionar problemas (si he cometido un error, trato de encontrar la manera de arreglarlo), conduce a la “rumiación” de pensamientos negativos y a la generación de más emociones negativas.

 

3. Personalizar todo lo malo

Uno más de estos errores es la tendencia a personalizar todo lo malo que ocurre en nuestro entorno, es decir, ante cualquier suceso negativo tomamos la responsabilidad de ello.

Para ejemplificarlo pensemos en una situación en la que expresamos de forma asertiva a otra persona algo que nos ha molestado de su comportamiento, siendo la reacción del otro el ataque.

 

 

El error estaría en interpretar que su reacción ha sido consecuencia de lo inapropiado de nuestra apreciación, en lugar de pensar que son sus propios pensamientos los que la han provocado, o cualquier otra circunstancia que le pueda estar afectando.

Del mismo modo este pensamiento nos llevaría a sentirnos culpables de nuevo por lo negativo que ocurre a los demás, y entraríamos en el ciclo de la culpa.

 

4. Autoexigirse demasiado

La presencia de autoexigencias excesivas enunciadas como “debería” irracionales suelen ser una fuente importante de sentimientos de culpa.

El carácter inapropiado de estos pensamientos tiene que ver con la creencia de que podemos ser perfectos y controlarlo todo.

 

 

Siguiendo con el ejemplo anterior, si pienso que “debería” haber sido consciente del efecto que iba a generar mi comentario en la otra persona, no estoy asumiendo que hay factores que pueden escapar a mi control, ni me permito tomar una decisión con el riesgo de equivocarme o de generar un efecto diferente al que pretendía.

Además de tener en cuenta estas y otras distorsiones cognitivas, podemos ver cómo el ciclo de la culpa se cierra, haciendo más legítima a esta, cuando nos sentimos culpables y consideramos que nos merecemos un castigo por ello.

El hecho en sí de sentir culpa hace que resulte más creíble el pensamiento distorsionado (“soy malo”), y esto hace que el propio sentimiento de culpa se fortalezca.

Una de las consecuencias que se derivan de esta forma de interpretar la realidad es la incapacidad para tomar decisiones.

 

 

Si lo pensamos con detenimiento es lógico, dado que es difícil elegir qué hacer incluso en situaciones de lo más cotidiano, si ante cualquier comportamiento la persona va a magnificar sus propios errores, a personalizar las consecuencias negativas, atribuyéndose la responsabilidad de lo malo que suceda, fortaleciendo de este modo su propia etiqueta de “mala persona”.

Por tanto, esta forma de pensar junto con todas las emociones que genera, puede tener importantes repercusiones sobre la salud psicológica, llevando en ocasiones al bloqueo completo.

La terapia psicológica se encarga de romper y desbloquear esta conexión entre cognición, emoción y comportamiento, que lleva a la persona a entrar en el ciclo de la culpa.

 

Drissa Elma Delkáder Palacios es Doctora en psicología y pertenece al equipo del Centro de Psicología y Psiquiatría Psicomaster. Trabaja diariamente en terapia psicológica con adultos e infantil. Asimismo, es colaboradora en varios proyectos de investigación en Psicología Clínica en la Universidad Complutense de Madrid y redactora en el blog de Psicomaster.

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